28.4.11

El buen sabor

Los sabores que nos gustan tal vez no sean ricos, como el arte no es bello sino que se lo considera históricamente así.
Una vez fui a la inauguración de un restaurant koreano, un extraño lugar (extraño a mis ojos occidentales). Había una mesa enorme llena de alimentos para degustar, una maravilla cada bocado, un descubrimiento, como con el huevo kinder, uno lo veía y no podía identificar sólo por verlo qué tenía dentro, había que morderlo, y a veces incluso así no era posible saber qué se estaba masticando. Desde la mesa de postres unos cubitos blancos con apariencia de acrílico opaco, con la opacidad del vidrio empañado, me llamaban. Los koreanos -que eran mayoría en el lugar- se relamían con esos cubitos. Tomé uno entre los dedos, era gelatinoso, una gelatina firme, densa. Cerré los ojos y lo puse en mi boca, y entonces recordé a mi abuela sentada al otro lado de la mesa contándome que cuando era niña había días que comía y otros que no, y que por eso yo no tenía que se mañosa y comer todo lo que me dieran. Con eso en la cabeza, mastiqué y tragué aquella cosa horrible. El estómago se quejaba, se retorcía y de a ratos creí que la fuerza de la norma social no iba a ser suficiente y yo iba a vomitar en alguna planta de las que adornaban los rincones. Pero pude aguantar. Tapé el sabor con tres o cuatro rollitos primavera, esos crocantes paquetitos de verduras tan sabrosos, cubiertos de picante salsa de ajo.
El buen sabor es un invento, una convención. Tal vez un aprendizaje.

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